Siempre he sido fan de las olimpiadas. Recuerdo cuando estaba pequeña y solía ver las olimpiadas en la televisión con mi mamá. Tenía que verlas cada vez que estaban en la tele. En aquél entonces lo que más me llamaba la atención era la gimnasia, pues en ese entonces, a mis 8 años de edad era gimnasta. Hacía los "flys" hacia atrás, las marometas voladoras, los brincos hacia adelante y hacia atrás. Mi hermana hasta la fecha comenta que era muy talentosa. Entonces cuando veía eso en la televisión a tan temprana edad, no sabía lo que significaba estar ahí. Sólo sabía que quería ser como esas niñas de la televisión en traje apretado, con el cabello recogido, la cebollita por atrás.
Pasaron los años y fui cambiando de deporte. Hice de todo, jugué voleibol, fútbol (aunque en este deporte realmente apestaba), tenis (que dice mi papá que tenía mucho futuro en este deporte), y terminé en natación. Hice natación por casi 14 años. Entrené por dos horas diarias durante casi 10 años de esos 14 años. Hice y deshice, me esforcé tanto, y cada vez que veía pasar las olimpiadas soñaba que quizás en este deporte lo lograría. Quizás podría estar ahí, aunque fuera únicamente en dos pruebas, lo iba a hacer. Fui a regionales, nacionales, conocí muchísimas ciudades entre ellas: Guadalajara, San Luis Potosí, Ixtapa, Aguascalientes, Austin, EUA, entre otras. Vivía para competir. Estuve a centésimas de llegar a la olimpiada juvenil, y me quedé a tan poco.
Cuando veo las olimpiadas y veo a las nadadoras me pongo a pensar en todo lo que debieron haber sacrificado, en todo lo que debieron haber dolido esas horas de entrenamiento diario, esas horas de cansancio, de esfuerzo... y la verdad dejo ir una lágrima. Porque no me esforcé lo suficiente. No logré el objetivo. Pero por eso me encanta ver las olimpiadas y me siento orgullosa de ver a México en ellas. Me siento orgullosa de todos aquellos que pudieron pisar tierras olímpicas alguna vez porque sé lo que significa todo ese esfuerzo, que quizás a veces no se reconoce. Pero ese esfuerzo cuenta.
Y cada cuatro años me doy la tarea de ver las olimpiadas para recordarme que todo se puede en esta vida. Todo es posible cuando uno lo desea lo suficiente como para hacerlo realidad.
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